Muy al contrario de lo que se cree, no son las grandes decisiones las que condicionan la vida, sino las pequeñas e insignificantes las que marcan el destino de cada uno. Salir una noche puede hacer que conozcamos al amor de nuestra vida o a la persona con la que seremos infieles. En todo momento, en todo lugar, tomamos decisiones que nos acaban salvando o condenando; estamos expuestos a un destino incierto y caprichoso que nos pone a prueba en cada paso que damos.
Los personajes de esta novela, tan cotidianos como excéntricos, se ven arrojados a un escenario que ellos mismos van eligiendo sin pretenderlo. Pedro, un policía nacional obsesivo y preocupado por hallar la explicación a cuanto le rodea, (por qué unos bares funcionan y otros no o por qué la gente bebe zumo de tomate en los aviones …) vive preso del desasosiego que le causan los problemas que tiene con Marta, su mujer, a la que siente cada vez más distante y fría. Por otro lado, Nacho, un joven atractivo y bondadoso, altruista y entregado, gentil y con suma facilidad para enamorar, se enfrenta al hastío que le provoca que sus novias, cada cual de mayor belleza, al poco tiempo de relación, le resulten aburridas, convencionales y nada estimulantes.
Pero todo cambia la noche en la que, sin conocerse, ambos acuden a una cena en la casa de un compañero de la comisaría, Molly. Pedro, acompañado de Marta, permanecerá ciego a las miradas cómplices de su mujer y su compañero. Nacho, que esa noche va sin su novia, no podrá resistirse a la tentación de Cristina, una mujer fatal, lasciva y provocadora capaz de colmar la fantasía sexual de cualquier hombre.
El narrador, con suma maestría, nos conduce por los recónditos parajes de la condición humana, por los abismos del deseo a través de unos personajes que sufren en sus relaciones tanto como gozan expuestos a su propio deseo. Personajes que acaban mostrando, para asombro del lector, la otra parte que cada uno aguarda en su interior.