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Lo primero que hice a la mañana siguiente, curiosamente, no fue salir disparado de allí. Ni siquiera me preocupé de comprobar si la puerta ya podía abrirse. Lo primero que hice fue aprovechar que tenía un baño en suite bastante bien equipado. Aunque podría haber usado la ducha de hidromasaje, me apetecía darme un baño a la antigua usanza. En casa éramos muy responsables con el uso del agua, y aunque en uno de los cuartos de baño teníamos una bañera lo bastante grande para caber tumbados, siempre la usábamos para ducharnos. Hacía más de tres años, desde las últimas vacaciones si no voy mal, que no tomaba un baño en condiciones. Uno de esos baños largos y sin remordimientos que me daba cuando era pequeño, cuando nadie en casa se preocupaba por el despilfarro, con la bañera repleta de espuma y el patito de goma. Y el periscopio. Aquí no tenía patito de goma pero seguía teniendo mi periscopio.
Aproveché mi baño matutino para afeitarme, luego cogí una toalla, me sequé un poco y pasé del cuarto de baño a la habitación, como suele decirse, en pelota picá. Había una mujer que no conocía sentada en mi cama. En un primer momento pensé en taparme, pero luego me dije que yo no la había invitado. Si alguien debía avergonzarse, era ella. La miré a los ojos y le dije hola y ella me saludó con la mano. Bueno, eso puede llevar a confusión. Simplemente me saludó. No parecía que le diera ningún apuro verme desnudo, así que me hice a la idea de que me encontraba en el gimnasio, acabé de secarme con parsimonia y me vestí delante de ella. En los tres o cuatro minutos que me tomé para tales menesteres no me quitó el ojo de encima. Creo que cuando me subí el boxer azul cobalto hizo un leve movimiento de afirmación, de qué bien le queda, aunque no puedo estar seguro. Sin embargo, los vaqueros no se ganaron su aprobación.